lunes, 11 de noviembre de 2013

Últimas líneas

Ilustración; Gonzalo Torné.

Últimas líneas

Suavemente acompasada, mi pluma se deslizaba por el papel, como mis dedos lo hacían sobre tu piel. Embriagado por el aroma de la pasión escribía versos sin control. Ahora, las páginas en blanco se tiñen de la tinta que corre por mis venas, y mientras la vida se escapa por ellas me siento más cerca de ti.



Verónica Grau.

viernes, 18 de octubre de 2013

La novia

Foto realizada por Gonzalo Torné, en 1992, desde un coche en marcha, con una cámara Canon EF1 de 1974. En Görlitz, en la frontera de Alemania del Este y Polonia.


Atrapada en un amor como una marioneta por su cuerda. Esperando su regreso como una flor sedienta espera el agua. Desesperada, como la víctima que lucha en una tela de araña. Acurrucada en el frío regazo de la soledad, ella, espera día y noche a su amor sin saber que nunca llegará.                                                                                                                    
Él, yace moribundo en una trinchera encharcada en sangre, con vistas a un campo de cadáveres. El fango esconde el color rojo que ha teñido su casaca. En su pecho la herida por donde la vida se escapa. En sus ojos puede verse el bello rostro de su amada que se transforma en el de la muerte cuando ésta lo lleva con él.

La novia, ajena a su destino continúa la espera. El vestido blanco junto a su vana esperanza es lo único que le queda. Tras la puerta, las ruinas de una vida marcada por la guerra y el olor a pobreza que inunda cada rincón de la casa.



Verónica Grau.


domingo, 6 de octubre de 2013

El color de las palabras

Obra; Gonzalo Torné.

Un dorado día de diciembre,
despertaron los sentidos.

Alegres mañanas color malva,
tardes de espirales verdes,
noches de un cálido azul.

Mundo de formas y colores
surgen entre palabras.

Esmeralda y esperanza,
llaman a la puerta de violeta y lilas trenzados.

Cruzan ideas como rayos,
brillan en tonos plateados, pasan, fluyen…
Traje de artista, corazón de colores.


         Verónica Grau.                                                                                             

miércoles, 2 de octubre de 2013

Supervivientes

La vida es un camino que recorremos, no se sabe bien por qué y  para qué, ni si será largo o corto, pero si sabemos que ese recorrido es  diferente para cada uno de nosotros. Para algunas personas es un camino recto,  para otros  está lleno de curvas, y algunos se encuentran con un giro inesperado que les obliga hacer un punto y aparte en el camino. A partir de ahí comienzan una lucha para sobreponerse a ese giro brutal.


A lo largo de la  vida de todos nosotros van apareciendo personas, unas pasan fugazmente, otras te acompañan en las diferentes etapas de la vida. Las hay que dejan huella y te dan una lección de vida, para mí, Miguel Ángel Cuesta es una de esas personas. Me alegra  que nuestros caminos se hayan cruzado. Gracias.


Comparto de nuevo algunas de mis poesías, esta vez con las bonitas fotografías de Miguel Ángel.


En el camino 

Miro sin ver el horizonte
presente incierto y dichoso
futuro desconocido e ilusionante.
Eterno y bello misterio
perpetua e inquietante duda.
Delirios de un espíritu libre.


*****


Tesoros infinitos 

Luz de oro y platino,
cristales de cuarzo, arena dorada.
Besos de sol en el horizonte,
cuando la luna se esconde.
El mar modela piedras y sentidos,
arte del tiempo, huellas de vida.
Rumor de olas que regalan calma,
momentos de paz que colman el alma.

*****


Una ventana a los sueños

Llévame a través de tus versos a tu mundo. 
Un mundo de ensueño, donde las palabras son el alimento del alma. 
Donde el tiempo ralentiza su ritmo, los minutos se convierten en horas.
Donde el embrujo de la noche te abraza y la soledad se puebla de estrellas.
Con cada verso un suspiro, con cada estrella una sonrisa. 



*****



Cálido paisaje

Amanece, la luz se desliza caprichosa por campos desnudos. La mirada se pierde entre bellas lomas, exquisitamente moldeadas por la naturaleza.
Recorro sin prisa los espacios, juego en ellos, en sus altos, valles y laderas, en un dulce caminar. 
Cantos y suspiros de la mañana me guían por el suave sendero hasta el interior de un volcán de vida.
Tierra de fuego teñida de rojo rubí. Contemplo su fuerza, siento como se estremece y tiembla. Azules son sus movimientos que juegan con los verdes de mi lienzo y dan forma a los sueños.




lunes, 30 de septiembre de 2013

Ágora de amor




Ilustración; Gonzalo Torné.


Como diamantes engarzados dos cuerpos dibujan un arcoíris en la noche.
Impregnados de amor pintan con las manos sueños de futuro.
Sus almas acompasadas son la esencia pura de los sentidos.
El silencio, a la vez aliado y enemigo los rodea.
Un destino incierto los guía a ciegas por el mismo camino. 




Verónica Grau.                                                                                                           

jueves, 19 de septiembre de 2013

Juego de niños II

La Guerra Civil  había acabado. La vida de Ricardo continuaba, ahora  las sirenas ya no sonaban a todas horas y ya no tenía que correr a esconderse. No de las sirenas: pronto descubriría a su nuevo enemigo.

Ricardo tenía  un nuevo hermanito, Rafael, un bebé de mejillas sonrosadas, inquieto y tragón. La comida escaseaba en casa, y por mucho esfuerzo que sus padres hacían no era suficiente. Así que Ricardo alternaba el colegio con un nuevo juego. Cada día  al volver a casa empezaba la tarea. Cogía granos de trigo y los molía, luego los cernía para separar la harina del salvado. Repartía la harina en sacos de 15 o 20 kg dejándolos preparados para que su madre hiciera el estraperlo.  Al anochecer, su madre los llevaba a un horno que había en el pueblo, donde la dueña, la señora Luisa, a cambio de unos cuantos kilos de harina se los devolvía convertidos en pan. Antes de que amaneciera su madre volvía a recogerlos. Luego en casa lo cambiaba a los vecinos por arroz, aceite, leche, huevos… Cualquier alimento era bueno para dar a sus hijos. También lo vendía para volver a comprar trigo y repetir la cadena.

Una de esas noches su madre salió con los sacos hacia el horno. El camino era largo y difícil. Al peligro de ser detenida por los guardias se añadía el de las personas que movidas por el hambre eran capaz de cualquier cosa. Cuando atravesaba una zona de arboleda vio una pareja de la Guardia Civil y rápidamente se echó al suelo escondiéndose entre unos matorrales. Fue arrastrándose en silencio, las piedras del camino hicieron magulladuras en sus piernas, pero aún así continuaba avanzando. No podía permitir que la descubrieran y le requisaran  los sacos de harina que tanto trabajo le habían costado a su pequeño y mucho menos que la detuvieran.
 De repente uno de los guardias la vio y corrió hacia ella. La mujer, con las piernas y el cuerpo dolorido,  se levantó y comenzó a correr con los sacos en su espalda— ¡Alto a la guardia civil!—le gritó uno de ellos. Ella corría sin mirar atrás. Sacaron el arma — ¡Alto, deténgase o disparo!— No hubo más avisos,  dispararon contra ella. La bala pasó rozando el brazo, le produjo una herida y se vio obligada a soltar uno de los sacos. Llegó hasta uno de los refugios, corrió a través del laberinto de pasadizos y allí pudo despistarlos. Después, a pesar de su estado y del miedo que había pasado, continuó su camino y entregó la harina.  Volvió a casa dando un gran rodeo para evitar encontrárselos de nuevo.

En casa esperaba Ricardo cuidando de sus dos hermanos, extrañado y nervioso por la tardanza de su madre. Su padre trabajaba hasta muy tarde,  enlazando un trabajo con otro y llegaba a casa de madrugada. Cuando Ricardo vio a su madre aparecer por la puerta llorando se dio cuenta de que estaba sangrando;  sintió un dolor que le oprimía el pecho, y sin poder articular palabra solo acertó a exclamar: -¡Madre! No hacía falta más, su mirada lo decía todo. —No pasa nada Ricardo, tranquilo me pondré bien—le susurró al oído mientras lo abrazaba con fuerza. 
El pequeño Ricardo no podía evitar las lágrimas. Lo intentaba, tragaba saliva una y otra vez intentando deshacer el nudo que sentía en su garganta. Pero era inútil. Por una vez desobedeció algo que su padre le había dicho siempre: — Los hombres valientes y fuertes no lloran jamás.

Después de acostar a sus hermanos pequeños, Ricardo ayudó a su madre a curar las heridas, mientras esta le explicaba lo sucedido. —No le digas a tu padre que me han disparado, la herida es leve y no se dará cuenta. No quiero que se enfrente a ellos, lo matarían— le rogó su madre con lágrimas en los ojos. —Esta bien madre, no diré nada, pero no volverás hacerlo más. Yo ya soy mayor, tengo nueve años madre, puedo cargar los sacos y a mí no me verán entre los matorrales. — ¡No Ricardo es muy peligroso!—exclamó su madre. —Más lo es para ti. Si tú faltas, si te detienen o te pasa algo… ¿qué será de mis hermanos? Padre no puede ocuparse de ellos. Yo iré, soy rápido y fuerte… ya lo verás, madre. Déjame demostrártelo —dijo Ricardo sonriendo y mostrando a su madre la fuerza de su  pequeño brazo.

A pesar de que ella sabía lo peligroso que era también sabía que su hijo tenía razón. Un niño pasaría más desapercibido que un adulto ante los ojos de los guardias. Así que antes del amanecer Ricardo se levantó y sin miedo a nada, como si de un juego se tratara, se vistió, se calzó sus viejas botas y después de besar a su madre partió hacia horno en busca de los sacos de pan.

Todo el pueblo estaba solitario, solo quedaban algunas personas que como él intentaban sobrevivir a tanta miseria. Llegó a su destino sin problemas y contento, muy contento. Se sentía orgulloso de ayudar en casa, le hacía sentirse grande, tan grande como lo era su corazón.
 La cara de sorpresa de la dueña del horno al abrir la puerta y verlo hizo sonreír a Ricardo. Le dijo: —Hola, señora Luisa, vengo a buscar los sacos que trajo mi madre anoche. — ¿Cómo piensas llevártelos  si son más grandes y pesados que tú?—dijo la señora mientras lo miraba de arriba abajo.  No podía creer que un niño tan menudo pudiera con esa carga. —Mire, señora Luisa… soy fuerte, muy fuerte, me paso horas con mis dos hermanos en brazos y el pequeño Rafael pesa mucho, es un glotón... Si puedo con ellos puedo con esos sacos. Además, no dejaré que mi madre corra ningún peligro nunca más—.  Dicho esto se cargó los sacos a su pequeña pero fuerte espalda y corrió tanto como el peso le permitía.
 Con cuidado pasó el tramo donde siempre acostumbraba a estar la pareja de guardias. Ricardo llegó a casa cansado pero orgulloso de su hazaña. — ¡Ya estoy aquí, padre! ¿Te ha contado madre donde he ido?— Sí pequeño, eres todo un hombre— exclamó su padre mientras lo levantaba en el aire  sonriéndole y llenándolo de besos. Las muestras de afecto de sus padres eran para él la mejor recompensa a su trabajo. A la mañana siguiente, el colegio le esperaba. Desayunó y se marchó más contento que nunca.

Los años fueron pasando y Ricardo cada día iba tomando más forma de hombre. Su cuerpo crecía como tal; las responsabilidades ya las asumió desde niño. Sus padres lograron con esfuerzo y sacrificio comprar ganado. Siempre emprendedores, con fuerza y voluntad iban sacando a su familia adelante. 
Llegó el momento en que Ricardo acabó sus estudios obligatorios. Uno de sus maestros ofreció a sus padres ayudarles económicamente para que pudiera seguir con los estudios fuera del pueblo. Vio en él a un niño inteligente capaz de acabar con éxito una carrera. Pero sus padres no podían permitirse quedarse sin su hijo mayor, lo necesitaban  para que les ayudara con el ganado. Aquí empezó una nueva etapa en la vida de Ricardo.
Acabó  su juego de niños. La adolescencia le esperaba para seguir trabajando duro, de sol a sol. Mientras, sus sueños se quedaban entre las verdes montañas y el cielo azul de un pequeño pueblo.


Verónica Grau.


Fotografía: Manel Subirats.  http://instagram.com/msubirats

Mis agradecimientos a, Manel Subirats, por permitirme utilizar sus magníficas fotografías para acompañar mis textos. A  Víctor Sáez de Torregrosa, por sus recomendaciones para mejorar mis relatos y a Gonzalo Torné por su incondicional apoyo y su amistad.


martes, 17 de septiembre de 2013

Juego de niños

Año 1936. El 18 de julio estallaba  la Guerra Civil Española. Un número todavía incierto,  aproximadamente un millón de personas,  fueron  víctimas, todas ellas sin sentido. Unas en combate, otras ejecutadas y las que no cuentan las estadísticas que murieron de hambre, enfermedades y de pena  por las duras situaciones en las que se hallaban. En cada hogar había una tragedia personal. Esta es la historia de uno de tantos niños que pasaron su niñez jugando sin jugar entre alarmas y bombas.

Ricardo tenía tres años y medio cuando todo empezó. Vivía en un pueblo cercano a  Barcelona con sus padres y una hermana menor que él. Su padre tuvo que irse al frente mientras su madre hacia lo imposible por sacar a sus hijos adelante. El primer juguete que tuvo Ricardo fue su hermana Gloria. Él era encargado de cuidarla y alimentarla mientras su madre salía a trabajar. Las palabras que su padre le dijo antes de marcharse quedaron grabadas en su memoria: — Ahora eres el hombre de la casa, cuida de ellas, pequeño, hasta que yo vuelva.

En el pueblo había una fábrica que durante la guerra  se utilizaba para hacer armamento,  y por ello eran habituales los bombardeos. Lo primero que aprendió Ricardo fue a identificar el sonido de “La Pava”, que así llamaban al bombardero que sobrevolaba el pueblo. Entonces, como su madre le había enseñado y como si de un juego se tratara, estuviera donde estuviera al oírla tenía que correr a cobijarse a casa o  al refugio más cercano.

En una ocasión Ricardo jugaba con sus amigos lejos de su vivienda.  De repente, las alarmas sonaron y todos corrían a sus casas. Ricardo y sus amigos no sabían dónde ir, pues el refugio más cercano estaba lejos y “La Pava” sonaba cada vez más cerca. Una anciana los llamó —  ¡Rápido, pequeños, venid! — Asustados corrieron a casa de la anciana, que los llevó a un gallinero que hacía las veces de refugio — ¡Vamos,  a prisa! buscad unos palitos y ponéoslos en la boca, mordedlos y no los soltéis hasta que yo os diga —. Con los ojos cerrados y mordiendo con fuerza aquel palo permanecieron todos hasta oír la explosión. Después el silencio…
La anciana empezó a gritar entre arcadas. — ¡Agsss…  qué asco, Dios mío! ¡No! —todos la miraban asombrados y asustados sin saber muy bien qué pasaba. — ¿Está bien señora? ¿Qué le pasa? — preguntó Ricardo a la anciana. Ella contestó entre aspavientos: — ¡Lo que me metí en la boca era un palo acompañado de mierda de gallina! — Los pequeños rompieron la tensión del momento con enormes carcajadas, convirtiendo un duro episodio en una divertida anécdota.

Pero no siempre eran anécdotas divertidas que recordar. Ricardo empezó a ir a la escuela, algo que le hacía feliz. Estar con niños de su edad y aprender, que además era fácil para él, era un niño  inteligente y aplicado. El camino a la escuela era largo y difícil para un niño tan pequeño, pero Ricardo era fuerte y no temía a nada. Cada mañana pasaba  por casa de unos amigos, un niño de su edad, Manuel, y su hermana menor, Sofía;  juntos continuaban el camino hacia la escuela. Un día de tantos, al volver a casa, las alarmas comenzaron a sonar, cuando pasaban cerca de la fábrica, así que la situación era más peligrosa si cabe. — ¡Las sirenas! ¡”La Pava”,   que viene”La Pava”! ¡Corred, Manuel, Sofía vamos al refugio!— Ricardo corrió a toda prisa, pero al mirar hacia atrás vio a los hermanos cobijarse en un paso subterráneo, les gritó: — ¡No, ahí no, es peligroso, vamos al refugio! — Pero no le hicieron caso. Asustados Manuel y Sofía se acurrucaron bajo tierra. Ricardo dudó por un momento si retroceder e ir con ellos, pero recordó las palabras de su madre y optó por seguir hasta el refugio. El sonido de las bombas era devastador, más todavía debido a la cercanía de la fábrica. Una de las bombas fue a caer en la boca del paso subterráneo. La onda expansiva destrozó a los dos hermanos, Manuel y Sofía, que murieron en el acto. Una vez pasado el ataque, Ricardo corrió a buscar a sus amigos, se hizo paso a través de las personas que taponaban la entrada del túnel y la escena que sus ojos vieron fue una herida más en su corazón.

Sus días transcurrían entre las obligaciones en la escuela y en casa. En sus pocos momentos libres soñaba…  Un día uno de esos sueños se hizo realidad. En su cumpleaños recibió de su madre el juguete que siempre había deseado, un caballo. Era un caballo precioso y grande, parecía real al menos para sus ojos de niño.  Momentos llenos de felicidad para él, enseñándolo a sus amigos, instantes de alegría que atemperaban una dura realidad. Daba de comer a su hermana, la bañaba y hacía las tareas de casa, todo bajo la mirada de su caballo. Por las noches cuando todos dormían, Ricardo, se imaginaba galopando a lomos de su preciado e inseparable amigo. En una mano las riendas, en la otra una poderosa y mágica espada de madera. Gritaba en silencio los nombres de sus amigos, Manuel y Sofía, apuntaba al cielo, pues allí es donde le habían dicho que estaban e imaginaba que regresaban a su lado. Se sentía un héroe, el héroe que iba acabar con la guerra y traer a su padre sano y salvo a casa. Cuando el cansancio le vencía volvía a la realidad,  una sensación de tristeza le embargaba, acariciaba a su amigo y se dormía. Así noche tras noche… Y llegó el día en que pensó que su caballo tendría sed y que debía lavarlo para mantenerlo reluciente. Cuál sería su sorpresa cuando al sumergirlo en el agua vio como se deshacía convirtiéndose en tan solo unos pocos trozos de cartón, ni rastro de su compañero de aventuras. De la sorpresa a la desilusión y a la tristeza por la pérdida de su fiel amigo. Algo más para relatar a su añorado padre al que cada noche recordaba. Pero Ricardo era fuerte, la vida lo había hecho fuerte.

Una mañana,  cuando todavía se desperezaba para empezar un nuevo día, oyó las voces agitadas de un grupo de personas. Se asomó a la ventana, pero no lograba ver nada. Se colocó rápidamente sus pantalones cortos de pana, su camisa, sus calcetines largos hasta la rodilla y sus zapatos algo desgastados. Se peinó minuciosamente la raya como su madre le había enseñado y salió a la calle. Observó entonces cómo cientos de soldados tomaban las calles, entrando por varios frentes concentrándose en medio del pueblo. Las tropas franquistas hicieron parada en la pequeña villa usando el colegio como cuartel, para luego avanzar a tomar la capital. Ricardo lo observaba todo ajeno a lo que significaba. Todo era como un juego, un desfile de soldados luciendo uniformes y fusiles.


Poco después disfrutaría de una de sus mayores alegrías. Una tarde del mes de abril de 1939 su padre volvía a casa sano y salvo. La guerra había acabado. Ricardo era, en esos momentos, un niño afortunado comparado con las muchas familias que habían quedado destrozadas. La alegría fue efímera, los primeros años de la posguerra fueron muy duros. El hambre, la pobreza, la falta de libertad y la dictadura militar a la que fueron sometidos hizo sumir al pueblo de nuevo en la tragedia. Ricardo siguió creciendo jugando a trabajar.


Fotografía: Manel Subirats. http://instagram.com/msubirats

martes, 6 de agosto de 2013

Algar de colores

Hoy no voy a escribir ninguna historia sobre un personaje imaginario o un poema, hoy voy a compartir un sueño que se ha hecho realidad gracias a un gran amigo, Gonzalo Torné.
Sus fantásticos cuadros cargados de colores y formas han dado vida a mis textos y a su vez mis palabras han inspirado al artista a crear bonitas obras. De esa fusión nace Algar de colores.

Hace unos pocos meses la vida me golpeó duramente llevándose a mi padre,  a él quiero dedicarle con todo mi amor este libro.









miércoles, 5 de junio de 2013

Refugio




Envuelto en una soledad aparente, camina lento y silencioso en busca de su refugio. En él vive de sus recuerdos, huellas profundas como surcos llenos de vida.
La pérdida en la guerra de sus padres y de tantos amigos. Los nuevos, desconocidos e ilusionantes sentimientos que surgieron al cruzarse con la que sería su compañera en gran parte del viaje de la vida. Momentos inolvidables, como aquella ingenua felicidad el día que se encontró una moneda y pudieron comer; le pareció un tesoro.
Vio florecer el fruto de una vida de siembra. Disfrutó de cada pequeño detalle; una mirada enamorada, una caricia, una dulce palabra. Tanta vida, tan bella e intensa como dura y difícil.
Ahora, solo, en el final de su camino, su mayor tesoro son sus recuerdos. Por fin puede transcurrir en la vida, habiendo zanjado aquellos difíciles momentos. Y en su lento caminar se adivina que está en paz consigo mismo.



Verónica Grau.


sábado, 18 de mayo de 2013

Tesoros infinitos

Obra; Gonzalo Torné.

Tesoros infinitos 

Luz de oro y platino,
cristales de cuarzo, arena dorada.
Besos de sol en el horizonte,
cuando la luna se esconde.
El mar modela piedras y sentidos,
arte del tiempo, huellas de vida.
Rumor de olas que regalan calma,
momentos de paz que colman el alma.


                                     Verónica Grau.   




sábado, 30 de marzo de 2013

Cálido paisaje

Obra; Gonzalo Torné.

Cálido paisaje



Amanece, la luz se desliza caprichosa por campos desnudos. La mirada se pierde entre bellas lomas, exquisitamente moldeadas por la naturaleza.
Recorro sin prisa los espacios, juego en ellos, en sus altos, valles y laderas en un dulce caminar. 
Cantos y suspiros de la mañana me guían por el suave sendero hasta el interior de un volcán de vida.
Tierra de fuego teñida de rojo rubí. Contemplo su fuerza, siento como se estremece y tiembla. Azules son sus movimientos que juegan con los verdes de mi lienzo y dan forma a los sueños.

Verónica Grau.

lunes, 25 de marzo de 2013

Madurez

Obra; Gonzalo Torné.



Madurez

Exquisito despertar de los sentidos.
Entre manjares destaca la más dulce fruta madura.
Sobrevivió a duros inviernos y veranos.
Ahora, ofrece generosa su sabor y belleza.



Verónica Grau.

lunes, 4 de marzo de 2013

Figuras

Obra: Gonzalo Torné.


Figuras

Figuras desdibujadas,
hechas hilos que arrastran la noche.
Entre luces y sombras anidan los cariños.
Tiempos de añoranza y recuerdos.
Cuando el día muere se inicia una danza,
la simbiosis de amor perfecta.



Verónica Grau.



sábado, 9 de febrero de 2013

En el camino


Ilustración; Gonzalo Torné.

En el camino 

Miro sin ver el horizonte
presente incierto y dichoso
futuro desconocido e ilusionante.
Eterno y bello misterio
perpetua e inquietante duda.
Delirios de un espíritu libre.




Verónica Grau.


viernes, 8 de febrero de 2013

Carta para ti


Pasan las lunas y sigo en el olvido. Espero paciente que me dejes volver. Quiero llenar de nuevo tus días de color. Anhelo tu sonrisa.
La vida no es fácil lo sé, pero si me dejas acompañarte en tu camino puedo hacer que lo sea. Al menos te daré fuerzas para afrontar los contratiempos, no te hundiré como ellas.

¿Recuerdas cuando eras niño? yo estaba contigo. Es cierto que entonces no sabías quien era yo, solo cuando salí de tu vida y dejaste que ellas entraran, solo entonces te diste cuenta de que existía.

Sé que me esperas, me deseas y sabes que a pesar de todo que yo vuelva solo depende de ti, está en tus manos. Tienes que luchar contra ellas, apártalas de tu pensamiento y saldrán de tu corazón.
Solo entonces podré mandar a mis compañeras, esperanza, ilusión y alegría, ellas abrirán el camino para que yo vuelva a tu vida.

PD; No tardes, piensa que el tiempo pasa rápido.

Felicidad.

lunes, 7 de enero de 2013

Taxi 164


Era una noche cerrada, apenas se veía la luna, aunque no hacía falta su luz, una pareja de enamorados iluminaba la calle a medida que pasaban. Sus pasos eran lentos, parecían no querer llegar a ningún lugar, solo permanecer juntos, mientras una suave y cálida brisa acariciaba sus rostros.
Un beso furtivo y apasionado llenó la calle de colores, los colores del amor. Después, prosiguieron pausadamente su camino, al llegar a un cruce subieron a un taxi. En el trayecto, silencio, entre ellos no hacían falta las palabras, sus miradas y sus manos buscándose tímidamente lo decían todo. Iban deshojando la margarita del amor y todos sus pétalos decían sí. Eran como dos adolescentes viviendo su primer amor, ese que nunca se olvida y se vive tan intensamente. 
Fue un corto trayecto el que les acercó a su destino y con él llegaba el momento de la despedida. En sus rostros se adivinaban los sentimientos y hasta podían oírse sus pensamientos. Apuesto a que deseaban parar el tiempo, que aquel día no acabara. Nunca se había sentido en aquel modesto taxi tanto amor flotando en el ambiente. 
El taxímetro se paró. Un adiós y dos besos rompían aquella nube en la que parecían viajar. Se miraron a los ojos por última vez, bajaron del taxi y emprendieron su camino por separado. Ella, se alejaba con semblante emocionado, alegre y triste a la vez, se giró buscándolo con la mirada, su mano decía adiós pero sus ojos; te amaré por siempre. Él, parado, observándola apretaba los labios mientras la veía alejarse. Se podían sentir el latir de su corazón, y el alborozo de su alma inundada de felicidad.
 Absorto en sus pensamientos emprendió la marcha; Tengo que pedir el traslado a su residencia.
Ilustración; Gonzalo Torné.